Tenemos una tendencia a poseer sin medida y a querer ser dueños de cosas y eso nos mete frecuentemente en problemas.
A veces pensamos que cuando compramos una casa es nuestra, pero en realidad todavía pertenece a aquel banco a quien le hacemos los pagos mensuales. Otros pensamos que ya somos dueños cuando terminamos de pagar nuestra casa después de treinta años de pagos al banco y después de haber pagado dos o tres veces el precio original de la propiedad en intereses pagados por tres décadas. Tú dices: ¡al fin soy dueño!
Pero hay otro nivel de ver las cosas. Ni tú, ni yo, ni el banco somos el dueño.
La Biblia dice:
Mucha gente se entierra en el materialismo creyendo que el éxito es poseer lo más posible en este mundo. Se enferman y pierden familias y amigos tratando de adquirir más cosas, pero nunca he visto a alguien que se pueda llevar su lujoso auto al cielo (ni al infierno), nunca he visto que entierren a alguien con su mansión y su bote de pesca.
Jesús dijo:
Quiero recordarte que tú sólo eres un administrador, Dios es el dueño. Nosotros sólo hemos sido confiados con carros, casas, familia, cuenta de banco, recursos, tiempo, y habilidades para usarlas (administrarlas) para cumplir Su propósito, no para vivir “la vida loca” destruyendo a otros y a ti mismo.
La Biblia dice:
Piénsalo:
¿Qué posesiones o habilidades te ha dado Dios?
¿Sabes cuánto es suficiente, tienes un plan? ¿o vas en una carrera ciega y desenfrenada?
¿Cómo puedes utilizar lo que posees para el bien de la humanidad?