LLAMA LAS COSAS COMO DIOS LAS LLAMA
Cuidemos nuestras palabras porque la forma en que hablamos destruye o edifica nuestra fe, y alienta o desalienta a otras personas cercanas a nosotros.
Jacob no quería que su hijo recordara toda su vida que su madre había muerto cuando él nació trayendo tristeza a la familia, así que le cambió el nombre y lo llamó “hijo de mi mano derecha”. Él quería que cada vez que lo llamaran por su nombre le recordaran que él era importante, que llegaría a ser grande. Lo veía por los ojos de la fe y así lo llamaba.
Llamemos las cosas por la fe como podrían ser, como deberían de ser, y como Dios dice que son. (Aunque todavía no sean).
Piénsalo:
¿Has bendecido con tus palabras a tus hijos o los has maldecido? ¿Por lo general, tus palabras alientan o desalientan a los demás? Decídete esta semana a edificar a tu familia con tus palabras.